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The Last Man on Earth: El antepenúltimo hombre sobre la tierra

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The Last Man on Earth: El antepenúltimo hombre sobre la tierra

Al igual que algunas mujeres, esta serie es atrevida y mentirosa. Y justamente allí reside su encanto. ¿Quieren saber por qué? Continúen leyendo. Por Jota Farias.

Un coyote entre correcaminos

Digo que es una serie atrevida, porque se anima a meterse con una temática que solo hemos visto explotar anteriormente en series dramáticas, pero no en una sitcom: la virtual extinción de la raza humana. El primer capítulo inicia con la leyenda “2 AÑOS DESPUÉS DEL VIRUS” y nos muestra a Phill Miller (Will Forte) recorriendo los Estados Unidos en un motorhome con altoparlantes, buscando desesperadamente a algún otro superviviente. En todos los lugares por los que pasa, deja grafitis con la leyenda “ALIVE IN TUCSON” (CON VIDA EN TUCSON) para que les sea posible a estos hipotéticos otros afortunados el encontrarlo. Al irse a dormir, le pide a Dios que le permita encontrar un ser humano. Preferentemente, una humana.

Luego de su infructuosa búsqueda y tal como anunciaba en sus pintadas, regresa a Tucson, se aloja en una mansión desocupada a la que equipa con una multitud de artículos recolectados por aquí y por allá (incluyendo una cabeza de Tiranosaurio, algunas pinturas famosas y un tapete de la casa blanca) y se las apaña como puede para vencer a la soledad y el aburrimiento. Básicamente, se las apaña con alcohol, masturbación y destrucción sin sentido de propiedades y objetos. Hasta aquí, nuestro amigo está viviendo la vida de un adolescente marginado, con mugre y desorden incluidos.

Cuando al fin no soporta más y está a punto de acabar con su vida, lo hace cambiar de idea el descubrimiento de que hay otra persona con vida. Y por eso también califico a la serie de mentirosa, porque ya desde el título nos engaña: Phill NO es el último hombre sobre la Tierra. Aunque puede que pronto desee serlo. Y es que Carol Pilbasian (Kristen Schaal) no es precisamente la respuesta a sus plegarias, salvo por el hecho de ser mujer. Al contrario que Phill, Carol es meticulosa, ordenada, obsesiva. Obsesiva hasta el punto de obligarlo a detenerse en los carteles de PARE y respetar los estacionamientos para discapacitados. Obsesiva hasta el punto de imponer como condición para proceder a “repoblar” el que contraigan matrimonio, porque no quiere que sus hijos sean unos bastardos.

Pero las tribulaciones de Phill no han hecho más que empezar. Cuando apenas comienza a aceptar las excentricidades de Carol, cuando incluso empiezan a parecerle agradables, mas supervivientes llegarán siguiendo el rastro de migajas: la hermosa e inteligente Melissa (January Jones), el simpático y bondadoso Todd (Mel Rodriguez), Gail (Mary Steenburgen) y Erica (Cleopatra Coleman) que básicamente constituyen un kit de fantasía masculina ambulante y un recién llegado musculoso y hábil con las herramientas, prácticamente la antítesis de Phill (Boris Kodjoe). Por distintas razones, cada uno será un nuevo clavo en el ataúd de su ya de por sí derruida moral y nos mostrará capítulo a capítulo que no hay casi nada que no esté dispuesto a hacer para intentar salirse con la suya. Pero intentar, no es lo mismo que lograr y así Phill se ve convertido en el Will E Coyote de un nuevo mundo poblado exclusivamente por Correcaminos.

La isla de Philligan

El tratamiento de los personajes es muy bueno, la serie refleja correctamente como el desastre global supone la suspensión de las normas de convivencia que damos por naturales, el derrumbamiento del Contrato Social imperante y el paulatino reemplazo por otras pautas distintas, más cercanas a las de la tribu que a las del estado. No es casual que por las noches los sobrevivientes saquen sillones y sofás al aire libre y se reúnan en torno a la hoguera, en un remedo de consejo tribal.

Con respecto a la ambientación, está bastante lograda teniendo en cuenta las circunstancias. Aparentemente el virus que exterminó a (casi) toda la población afectó de igual modo a los demás animales. No se ven jaurías de perros o gatos domésticos vueltos al salvajismo en ausencia de sus amos, ni criaturas salvajes fugadas de los zoológicos o animales de granja invadiendo la ciudad, ni siquiera bandadas de pájaros. El detalle está muy cuidado en ese aspecto. Lo inexplicable es que tampoco se ve ni un cadáver, sea humano o animal. Las ciudades son páramos deshabitados, en lugar de necrópolis plagadas de cuerpos en descomposición. De hecho todo está demasiado ordenado. Las carreteras y autopistas se encuentran completamente despejadas en lugar de verse obstruidas por miles de automóviles abandonados ante la súbita muerte de sus conductores. Los edificios presentan el deterioro normal debido a la falta de mantenimiento, pero no se ven signos de destrucción causados por la esperable histeria masiva ante la certeza del fin. Por lo visto, el virus ha sido lo suficientemente fulminante como para eliminar toda forma de vida superior sin dar tiempo siquiera al pánico, y luego ha tenido la amabilidad de estacionar los vehículos, retirar los cadáveres y dejar todo en buenas condiciones para filmar la serie.

Pero estos detalles, inexcusables en una serie dramática, pueden disculparse tratándose de una comedia. En última instancia lo que realmente importa de The Last man on Earth es si cumple o no con el objetivo primario de hacernos reír. Esa es una pregunta a la que cada uno le podrá dar una respuesta distinta. En mi caso, me ha sacado un par de honestas carcajadas, aunque han sido muchas más las risas incómodas ante los constantes fracasos del pobre Phill… y su incapacidad para aprender nada de ellos.

No es mi comedia favorita, pero tampoco la considero aburrida. Aunque mas no sea por la frescura de su propuesta y la atención en los detalles, merece la pena darle una oportunidad a los trece episodios de su primera temporada. Después cada uno de nosotros decidirá si el 27 de septiembre de este año, cuando está previsto que inicie la segunda temporada, estaremos o no prendidos a Fox (o a nuestras computadoras) para seguir viendo el lento descenso de Phill a ese infierno que, como todos sabemos, está en los otros.

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