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Santo: el opio es la religión de las masas
Analizamos una coproducción hispano brasilera que ha sabido situarse muy bien en la grilla netflixera
En Brasil ha surgido un nuevo Zar de la droga, que se hace llamar Santo y al que nadie ha visto nunca. Mas que un Cartel, a su alrededor se ha forma una suerte de religión. Sus seguidores son fanáticos que lo consideran su Pai (Padre), participan en extraños y sangrientos rituales y creen que su líder tiene poderes que le permiten verlo todo y protegerlos de todo. El policía Ernesto Cardona (Bruno Gagliasso) toma el enorme riesgo de infiltrarse en la organización de Santo para desenmascararlo y destruirla, pero algo sale mal y Ernesto desaparece sin dejar rastros.
Mientras tanto, en España alguien está liquidando a los capos de una organización para hacerse con su territorio. La investigación del caso recae en Miguel Millán (Raúl Arévalo), un policía que no tiene precisamente las manos limpias. Pronto resulta evidente que Santo ha llegado costas ibéricas y busca extender su imperio. Millán y Cardona deberán hacer causa común para enfrentarlo.
ARMA INMORTAL
No se dejen engañar por los párrafos anteriores, Santo no es una buddy cop movie al uso. En cierta forma trata sobre dos policías de distinta extracción y carácter que se ven obligados a trabajar juntos, pero hasta ahí llegamos. Podríamos decir que Santo es a Arma Mortal lo que Star Wars es a Matrix.
La historia ya sería no muy simple de seguir si se la contase linealmente, pero la narración recurre constantemente a saltos geográficos y temporales, por lo que a una escena en el Madrid moderno le sigue otra que transcurre en Brasil hace años, lo que aporta cierta confusión. Algunas Situaciones se muestran dos o tres veces, agregando cada vez detalles que amplían la perspectiva del espectador. En no pocas ocasiones se prescinde por completo del diálogo, dejando que sean las imágenes las que cuenten la historia, una refrescante contraposición con el estilo cada vez mas recargado de ciertas producciones en las que los protagonistas parecen impelidos a explicar cada cosa que ocurre, por obvio que sea. Esta particular narrativa, junto con la violencia que sin ser desmedida no es precisamente escasa, dotan a la serie de un estilo visual impactante que sin duda constituye su mayor logro. Sin embargo, también convierten el guion en algo no incomprensible pero sí algo disperso, lo que es su mayor defecto.
Las actuaciones están muy bien, tanto de parte de los ya mencionados Gagliasso y Arévalo como de algunos secundarios destacables, como Victoria Guerra, que tiene la tarea de asumir uno de los roles más difíciles: el de Bárbara Azevedo de Mello, la presunta amante de Santo; o Greta Fernández, que pese a cierto envaramiento en su construcción de la compañera de Millán, Susana «Susi» Jackson, logra transmitir el constante dilema de ser leal a su camarada o a su sentido de la ética.
¿CONTINUARÁ?
Esta primera entrega se compone de escasos seis episodios de menos de una hora de duración, que apenas alcanzan para resolver uno de los conflictos principales de la trama, pero acaban con un cliffhanger de campeonato.
Es aún demasiado pronto para hablar de continuaciones, por lo que lo único que resta es hacer conjeturas. Puestos a ello, hay que considerar que siendo una producción que se desarrolla en dos continentes y destaca en su apartado visual, seguramente no será barata. Y ya sabemos cuánto pesa eso en la decisión de continuar o cancelar… sino, que se lo pregunten a Sandman, una de las mejores series de este año que todavía está esperando su merecidísima segunda entrega. Por otro lado, la primera temporada es tan corta que hace sospechar que se hayan rodado más episodios y ya tengan otra tanda lista para su emisión.
Sea como sea, creo que la serie se merece y necesita una continuación y si esta existe, sin duda voy a verla.
