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El Pueblo del Mal

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El Pueblo del Mal

Análisis del tomo recopilatorio de Duma Editores, que reúne a Ricardo de Luca y Horacio Lalia para un terrorífico relato fantástico de largo aliento

Hace tres años, el autor integral Ricardo de Luca (Buenos Aires, 1982), hizo equipo como guionista junto al querido dibujante Horacio Lalia (Ramos Mejía, 1941), verdadero prócer viviente de nuestra historieta, para pergeñar El Pueblo del Mal, lograda maxiserie de doce capítulos destinada a Italia que, contrariamente a lo habitual, terminó siendo editada primero en Argentina. Dos generaciones de creadores reunidos en una obra que bien podría haber poblado, hace unas cuantas décadas atrás, las páginas de Skorpio, revista de la extinta Ediciones Récord. El sello Duma Editores recopiló en forma completa este trabajo, enrolado en la tradición del mejor terror fantástico -tan caro al lapicista-, en un libro de 158 páginas B/N, formato 24×17 cms. que llegó al circuito de comiquerías nacionales hacia Septiembre del 2021.

Cuando estés acá

El Conde Mondragón, alquimista español portador de un poderoso talismán ligado a una vieja condena, llega junto a Erika Von Lens, joven poseída por poderes que no logra controlar, a una perdida aldea sin nombre, inhóspita y maldita. Su intención es desarrollar un tratamiento que permita a la mujer tanto comprender como dominar sus habilidades, que incluyen febriles sueños premonitorios y piroquinesis. Su arribo se produce en el peor momento, debido a una serie de sangrientas muertes acaecidas en el poblado, que tienen a Monseñor de Aguerre, instructor de justicia local -inquisidor-, encabezando una verdadera caza de brujas, con ejecuciones públicas y quemas en la hoguera a las ‘responsables’ de estos decesos.

 

La investigación de Mondragón develará que quien se encuentra detrás de los asesinatos es en realidad el siniestro hechicero Yerik, cuyo empeño en develar un mundo oscuro que existe más allá del nuestro, involucra el arribo de feroces y hambrientas bestias demoníacas -que se alimentan de almas humanas-, a este plano de la existencia. Paralelamente, Derian Garret, el Barón de Rotz, un inmortal con una trágica historia familiar a cuestas, es enviado al lugar por el Rey de aquella región para hallar y ajusticiar al alquimista por sus crímenes pasados. El destino hará que los caminos de estos personajes se crucen en el maligno pueblo sin nombre, con inesperadas y caóticas consecuencias. La llegada de la próxima era oscura está cerca.

Viaje del miedo

En el prólogo, el guionista admite que ideó la serie como un modo de indagar sobre las diferentes concepciones arraigadas en el imaginario popular acerca del mal. Con Lalia como copiloto, aprovecha el Renacimiento para contextualizar la trama. Pero el entorno político y económico propio de la monarquía como forma de gobierno, que podría ser caldo de cultivo para relaciones de poder asimétricas, está apenas esbozado. El verdadero muestrario de vilezas humanas con miserias de todo tipo que transita estas páginas, tiene su génesis en necesidades personales insatisfechas y redenciones imposibles. Volviendo a poner de manifiesto aquel vieja e interminable dilema acerca de si el fin justifica o no los medios. Con más de una variante, claro está.

La principal observación al argumento es que se toma su tiempo para arrancar, mezclando la etapa introductoria con el nudo-conflicto. Ello tal vez se deba a la profusión de personajes que van ganando peso en la enrevesada trama a medida que esta avanza, disputándose el protagonismo mientras se complejiza la historia. Asimismo, y pese a la extensión del relato, su final termina siendo bastante abrupto. Algo anticlimático, incluso. Las explicaciones están y tienen sentido, pero llegan muy dialogadas. Esto no deja margen para explorar sus efectos en los actores, que se despiden sin más. Entre ellos y del lector. Con doce episodios y tan amplio elenco protagónico, se imponía un epílogo que cierre eficazmente las muchas subtramas.

La faz gráfica encuentra a Lalia moviéndose como pez en el agua, dentro un género y contexto transitados en innumerables oportunidades a lo largo de su carrera,  con envidiable dominio. Su dibujo acompaña los diferentes climas propuestos desde el guión con solidez y aplomo, demostrando talento a la hora de recrear tanto espacios abiertos como ominosos lugares de tortura y encierro. La composición de los apesadumbrados seres que transitan estas viñetas es otro de los puntos altos de su trazo, cada uno con particulares rasgos distintivos; por no hablar de la imaginería visual desplegada a la hora de retratar a los variados entes demoníacos provenientes del plano oscuro, con sus inquietantes miradas y peligrosas fauces. Ver para creer.

Entre el cielo y el infierno

Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que El Pueblo del Mal constituye un buen trabajo. No del todo redondo, por los desvíos de sus formas narrativas, que exigen plena atención del destinatario para cabal comprensión. O más de una lectura. A nivel estilístico, se observan en los diálogos decisiones creativas  que generan cierto ruido interno. En una historia de época, ambientada presumiblemente en la Europa renacentista, que las personas se traten mediante el voseo dialectal americano no resulta muy creíble. Algo similar ocurre con vocablos tomados de nuestro lunfardo, que se repiten mucho en boca de los personajes, con ‘bronca’ a la cabeza. Detalles de forma, si se quiere, pero para nada menores, puesto que hacen al fondo del verosímil.

Poco que objetar sobre el nivel de edición, a excepción de la tapa, una composición elaborada sobre la base de diferentes viñetas internas coloreadas digitalmente, con predominio de azul, que deja bastante que desear. Si la idea de los editores no involucra comisionar -al artista publicado u otro- ilustraciones puntuales a modo de portada, que funcionen como síntesis del contenido impreso, el diseño de este apartado debería ser algo a mejorar. En la era de la imagen, visibilizar adecuadamente el libro de cara al público es una prioridad. Comercial y artística. Por lo demás, no deja de ser motivo de alegría que un dibujante con la trayectoria de Lalia, busque aggiornarse permanentemente mediante la compañía de jóvenes autores.

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42 años, Licenciado en comunicación social. Comiquero por naturaleza, casi. Cinéfilo. Voraz lector, ocasional escritor.

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