CINE
Crítica de Matrix: Resurrections
Crítica de la controversial última incursión en el universo posapocalíptico de Warner, por partida doble.
UNO, DOS, TRES, CATORCE (REPASO SIN SPOILERS)
De manera instantánea y por mérito propio, The Matrix (1999), se convirtió en un verdadero clásico moderno del cine de ciencia ficción. El novedoso film de los entonces hermanos Wachowski, encabezado por Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss, demostró que un ‘blockbuster’ también podía ser el medio para desarrollar una historia de autor en el Hollywood contemporáneo, amén de brindar la consabida cuota de entretenimiento que los estudios y las grandes audiencias suelen ofrecer y buscar, respectivamente, en este tipo de producciones.
Cierto es que la influencia de autores literarios referentes del género como Philip K. Dick y William Gibson en la trama, enrolada en el cyberpunk, resulta más que obvia. Pero el cómo, la efectiva forma que encontraron para llevarla adelante, desde el aspecto formal y temático, reconocía pocos antecedentes en el séptimo arte. Se me ocurre, apenas, la fundamental Dark City, cinta ‘de culto’ Neo-Noir dirigida por Alex Proyas para New Line Cinema (estudio filial de Warner Bros) en 1998 (apenas un año antes), protagonizada por Rufus Sewell, Kiefer Sutherland y Jennifer Connelly.
Hacia 2003 llegarían The Matrix Reloaded y The Matrix Revolutions, secuelas filmadas en simultáneo y concebidas a la luz del enorme éxito recaudatorio en la taquilla. Lejos de quedar en el recuerdo de la crítica y el público como una trilogía de factura ‘redonda’, el desnivel creativo evidenciado en el tramo medio y final de la rentable saga es evidente. De aquella efectiva amalgama de influencias en total equilibrio, sabiamente presentada, llegaban ahora desprendimientos más o menos logrados del concepto original, destinados a expandir ese universo, que funcionaron muy bien en las boleterías del mundo, sin alcanzar el elevado nivel artístico inicial.
Casi dos décadas después y sin que nadie lo pidiese, es el turno del cuarto opus de una franquicia que todos daban por concluida, dirigido en solitario por Lana Wachowski, ya que su hermana Lilly, también transexual, decidió alejarse del proyecto, que incluso estuvo a punto de ser abortado debido a la pandemia de Covid-19. Los ejecutivos de Warner habrían presionado por todos los medios a su alcance para llevar a buen puerto la película, al punto de amenazar con apartar a las directoras, de considerarlo necesario si las negativas y retrasos persistían.
El resultado, The Matrix Resurrections, llegó a las pantallas el último mes del año pasado. Un film algo extenso (dos horas y media), muy maltratado por la crítica especializada, que lejos está de ser malo, aunque tampoco es una obra maestra. Se trata, más bien, de un relato correcto, con fisuras, que marca una saludable distancia en comparación a las entregas previas, si nos ceñimos a lo meramente estilístico. Ahora, ¿esto es bueno o malo en sí mismo? No hay una única respuesta a esta pregunta. Depende de dónde nos paremos para evaluarlo.
Es bueno, si se considera que todos los errores y aciertos que exhibe responden a una única visión, para nada contaminada por presiones externas; la de su realizadora. Es malo, si se contempla que ajustando apenas algunos elementos (menos autoreferencialidad, personajes secundarios, diálogos y metraje), estaríamos frente a una producción mucho más lograda, cuyo meta-mensaje crítico, esta vez enfocado al mainstream y sus implicancias (económicas, culturales, etc.), no quedaría en una referencia esbozada al pasar, librada a la interpretación de la audiencia.
En síntesis, la primera entrega trataba sobre una suerte de renacimiento del ser en relación a lo establecido. La segunda, consideraba la importancia de las propias elecciones y sus implicancias en el entorno. La tercera, ponderaba la cuestión del sacrificio individual en pos del bien general. Esta última, podríamos arriesgar, versa sobre el significado y poder redentorio del amor. Por cursi que suene. Y está bien.
MIL INTENTOS Y UN INVENTO (REPASO CON SPOILERS)
¿De qué va a trama? La nueva configuración de la matriz, ambientada en una San Francisco contemporánea, encuentra a Thomas A. Anderson, trabajando como programador en una empresa desarrolladora de video-games perteneciente al conglomerado Warner. Los convites previos, que nosotros vimos en la gran pantalla, en esta simulación constituyen las tres partes de un exitoso juego, de título homónimo. ‘El elegido’ vive una cotidianeidad rutinaria, que se complica cuando la firma cancela su actual desarrollo para encomendarle una cuarta (tardía) entrega de la popular saga gamer, en un fellinesco paralelismo entre realidad y ficción.
Solo gracias al apoyo de El Analista (eficiente Neil Patrick Harris), que lo ayuda a sobrellevar sus recurrentes ataques de pánico, y ciertos casuales encuentros en un bar con la misteriosa Tiffany, logra alivianar el peso de sus días. Mientras tanto, un grupo de rebeldes provenientes del mundo real comandados por ‘Bugs’ (desaprovechada Jessica Henwick) da por casualidad con la nueva versión de Morfeo (insípido Yahya Abdul-Mateen II) en una de sus incursiones, comenzando a atar cabos. Neo y Trinity han sido reconectados al sistema, tras haber logrado la victoria contra las máquinas en Sion hace sesenta años. Pero, ¿dónde están? Y (todavía más importante) ¿cómo y por qué ella volvió a la vida?
Estas y otras preguntas serán contestadas mediante una introducción muy hablada y de escaso atractivo, cuyo desarrollo, algo sinuoso, pierde más de lo que gana al apelar consecutivamente a secuencias pasadas para explicar el status quo actual. No obstante, sobre el nudo la acción se acelera, a partir de un eficaz pantallazo a la nueva realidad exterior, mediante la reaparición de viejas conocidas, Niobe (excelente Jada Pinkett Smith) y Sati (correcta Priyanka Chopra Jonas). Otras ‘actualizaciones’ del casting claramente no están a la altura, tal es el caso del Agente Smith (intrascendente Jonathan Groff) que juega un rol clave, conduciendo a un desenlace de alto impacto, donde la resistencia apuesta a la desconexión de Tiffany-Trinity (estupenda Carrie Anne-Moss), mediante el recuerdo de su antigua relación amorosa.
Las respuestas que el argumento ofrece a los diversos interrogantes son sumamente creativas y funcionales. Lo cual no es poco, para una historia que el consenso general consideraba agotada hace rato. Lograr encontrarle la vuelta a un concepto en su momento revolucionario, para intentar contar algo novedoso, distinto, manteniendo aquel espíritu rupturista, justifica artísticamente la existencia de esta inesperada secuela. Sin ir más lejos, es el camino contrario al elegido por Spiderman No Way Home, la mejor definición de fan-service que dejó 2021. El problema central, entonces, se halla en la forma que la directora elige para narrar este viaje, demasiado enrevesada y completamente carente del atractivo visual de sus predecesoras.
Ello nos lleva a otra dificultad característica de la actualidad, el escaso cuidado y dedicación otorgados a los efectos especiales del grueso de las superproducciones hollywoodenses. No hay una sola secuencia de acción en toda la película que pueda ser considerada memorable, solo montajes acelerados y homenajes a enfrentamientos pretéritos, que se suceden sin pena ni gloria en la pantalla de modo genérico. Pecado imperdonable en una cinta tan innovadora en la materia. Uno se pregunta el por qué y la verdad, no hay explicación lógica, dado los elevados presupuestos que se manejan.
Así y todo, cabe una última posibilidad más. Si la idea de la realizadora era que los espectadores vuelvan a interpretar Matrix Resurrecciones a la luz de la breve (pero esclarecedora) escena postítulos, huelga decir ‘bien por ella’. La franquicia ha tenido un cierre a la altura, gusté más o menos según a quién se consulte. En tu cara, Warner.
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