Series
Kevin can f*ck himself: la red(im)ensión de las sitcoms
Pocas series merecen el adjetivo «original». Esta es una de esas. ¿Por qué? Lean y sabrán.
Kevin (Eric Petersen) y Allison McRoberts (Annie Murphy) son un matrimonio de treintañeros como tantos que hemos visto en la televisión, sobre todo de los 90 – 2000. Ella es atractiva y él… bueno… no tanto. Ella es inteligente y él bastante idiota. Ella dejó su vida de lado por su matrimonio y él no puede ver más allá de su ombligo. Solo otro Homero y otra Marge: él embarcándose en proyectos delirantes junto a su amigo y vecino Neil O’Connor (Alex Bonifer) y ella teniendo que barrer los platos rotos, metafórica y literalmente. Así contado, el argumento de Kevin can fuck himself (título que puede traducirse como Kevin se puede ir a cagar o como le pusieron en España, Que te den, Kevin), cubre todas las premisas básicas de una sitcom.
Ahora bien…
Kevin y Allison son un matrimonio de treintañeros. Ella desperdició su juventud junto a un tipo que no la valora. Un tipo que es tan egoísta como para dejarla fuera del festejo de su aniversario de casados y tan dependiente que la obliga a ella a organizar la fiesta. Un niño grande, caprichoso, cruel y a menudo inconsciente de las consecuencias nefastas de sus actos. Hasta que un día, Allison decide que ya ha tenido suficiente. Debe hacer algo al respecto. Así contado, el argumento de la serie cubre todas las premisas básicas de un drama.
UNIVERSOS PARALELOS
La historia es la misma, solo cambia la forma de contarla y la genialidad de la serie está en utilizar no una, sino ambas perspectivas a la vez. Las escenas en las que aparece Kevin tienen el tono brillante, las risas grabadas y los separadores musicales propios de cualquier sitcom sobre parejas disfuncionales, desde The Honeymooners (1955 – 1956) hasta aquella cuyo título remeda, Kevin can wait (2016 – 2018). Pero en el momento en el que él sale de escena, se pasa al modo de cámara fija, con los planos y la fotografía propias de un drama. Ya no hay risas y la música de fondo ayuda a generar un clima muchas veces oscuro y opresivo. A medida que avanzan los episodios, el efecto resulta menos sorprendente, pero también más intenso, cuando vemos las mismas escenas bajo una luz completamente distinta. Las divertidas travesuras que arrancan risas en el «modo sitcom» son actos de violencia de género en el «modo drama».
Aunque este recurso recuerde a Wandavision (2021), otra de las grandes series de este año, opera a niveles distintos del de la producción de Disney – Marvel. Por un lado, ejemplifica crudamente la situación de Allison: en su matrimonio no es más que un personaje secundario, sin apenas posibilidad de meter alguna línea de diálogo antes de ser silenciada por «aguafiestas», pero en cuanto se libera de la presencia opresora de Kevin, puede por fin atreverse a ser ella misma. Y si en un principio su rebeldía es formal, va in crescendo a medida que avanza la trama. Por el otro, es una mirada crítica (aunque no dogmática) sobre la televisión. En un momento, la protagonista le dice a su vecina «Estuviste allí, viste lo que ocurría [en referencia a los reiterados abusos de Kevin] y te pareció divertido. No hiciste nada» y parece estar hablándole tangencialmente al espectador. Igualmente la serie logra no caer en la demagogia y acabar convertida en un panfleto. Lejos de suscribir a la Cultura de la Cancelación, esquiva esa bala y lo que en realidad consigue es arrancarnos una risa fácil… para después, complicarla.
PONIENDO EL «DRAM» EN DRAMEDY
Las actuaciones son destacables. La mayor exigencia en ese aspecto la tiene Annie Murphy, que se ve obligada a pasar del dramatismo a la comedia ligera constantemente sin por eso perder el hilo de su personaje, pero también Mary Hollis Inboden, quien interpreta a Patricia «Patty» Deirdre O’Connor, vecina de Allison y hermana del mejor amigo de Kevin. La relevancia que va cobrando su papel hace que se vea inmersa cada vez más en ambas caras de la representación y sale airosa del desafío. Entre los secundarios destaca Robin Lord Taylor (el Pingüino de Gotham), en el papel de Nick, un maleante de temer en el drama y un villano de opereta en la comedia.
Esta primera temporada de la serie (que pueden encontrar en Amazon Prime Video) se desarrolla en 8 episodios de unos 45 minutos de duración en promedio. No se sabe aun si habrá una continuación, aunque el final la pide a gritos. Poco después de su estreno, el showrunner Craig DiGregorio decía que lo aprendido en la primera temporada afectaría a una (posible) segunda entrega «Siempre hay nuevos desafíos, pero ciertamente aprendimos las fortalezas de cada personaje. No de cada actor, sino de cada personaje y qué es lo que realmente quieren hace y como actuarán en cada circunstancia específica» explicaba DiGregorio «Aprendimos como estas interacciones deberían hacerlos más interesantes. No queremos tener nunca una escena con dos personas sentadas solo hablando, sin alguna vuelta de tuerca. Aprendimos lo bien que estas personas trabajan juntas, como lo que los motiva es disfrutar lo que hacen en pantalla y como les añaden a sus personajes pequeñas cosas extra que nunca se nos habían ocurrido».
Sinceramente espero que tengan oportunidad de aplicar todo lo expuesto en, como mínimo, una entrega mas.
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