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Toy Boy: el que se acuesta con (estos) chicos… amanece embolado
Dicen que esta producción española es «la nueva casa de papel» y en parte tienen razón: está más inflada que los pectorales de los protagonistas.
Marbella. Capital del pecado. Bueno, no sé si tanto, pero como frase introductoria suena lindo. Marbella, les decía, es el lugar en el cual transcurre esta serie que vio la luz en Antena 3 allá por septiembre de 2019, con poco éxito de público y críticas bastante negativas.
INOCENCIA INTERRUMPIDA
Toy Boy sigue la historia de Hugo Beltrán (Jesús Mosquera), un joven stripper acusado del asesinato del marido de su amante, la señora Macarena Medina de Solís (Cristina Castaño). Se ha pasado los últimos siete años en prisión, pero gracias al accionar de la abogada Triana Marín (María Pedraza) sale en libertad condicional.
Una vez fuera de la cárcel, Hugo se dedica a tratar de probar su inocencia y reconstruir su vida. Contra los consejos de su nueva abogada, se reencuentra con sus ex compañeros del grupo «Los Toy Boys» y comienzan a realizar presentaciones en la discoteca Inferno, propiedad de uno de ellos. Además de la historia de Hugo, la trama desarrolla otras dos en paralelo. La de Iván (José de la Torre), el dueño de la disco, cuyos problemas financieros lo llevan a meterse en problemas con un cartel de drogas; y la de la familia Medina, en particular Andrea (Juanjo Almeida), el hijo adolescente de Macarena que ha quedado muy afectado por la muerte de su padre y acabará teniendo un amorío con otro de los Toy Boys, Jairo (Carlo Costanzia), como para darle a la cosa un toque de diversidad.
La serie se compone de trece episodios de una hora y veinte minutos de duración cada uno. Y ese es su primer, pero no único, defecto. Es jodidamente larga. Ni la historia principal, aún con todas sus idas y vueltas, ni las poco interesantes historias secundarias, ni aún los pseudoargumentos que quedan olvidados por el camino alcanzan para rellenar en forma decente tantas horas de filmación. Quizás es por eso que, además de estirar todas las tramas hasta lo incansable, los guionistas decidieron meter al menos una coreografía completa por capítulo, para alegría de quienes admiren la belleza del cuerpo masculino. Y no quieran buscar porno, como hacen las personas normales.
JUGUETES, SÍ, PERO DE MADERA
Las actuaciones son de mediocres para abajo. Los strippers evidentemente han egresado de la Academia Actoral Sebastián Estebanez, con notas destacadas en inexpresividad general. La joven abogada de Hugo ya nos demostró su falta de talento en La Casa de Papel y puede enorgullecerse de no haber aprendido nada en este tiempo. A Juanjo Almeida le jugaron la mala pasada de darle un papel con cierta hondura dramática cuando para lo mas que le da el cuero es para hacer de árbol en una obra de primaria y eso si es un árbol particularmente inerte. Hay algunas islas de buena actuación en medio de ese océano de ineptitud, como Pedro Casablanc (el Inspector Zapata) que a estas alturas ya debe estar acostumbrado: casi lo mismo le pasó en otras series, como Mar de Plástico (2015 – 2016).
El argumento parte de una premisa interesante: saber qué es lo que ocurrió realmente siete años atrás. La resolución no es mala y se llega hasta ella tras los acostumbrados giros, algunos de los cuales no son demasiado previsibles. De no haberse ido por las ramas y acotando la duración a, digamos, la tercera parte, probablemente hubiera zafado. Tal como está, le sobra demasiado metraje y lo que es peor: uno descubre al culpable mucho antes del final. En mi caso fue aproximadamente en el noveno episodio.
La trama intenta tener aires de crítica social, pero también en eso falla miserablemente. Presenta un personaje mudo, lo que es un buena idea que hubiese salido mucho mejor si se tomaban la molestia de contratar a alguien que supiera lengua de señas. Se ve que no les dio el presupuesto, porque el tipo se limita a hacer un par de gestos sin sentido con las manos y todos los demás hacen como que dijo «la hermenéutica telúrica incaica trastrueca la peripatética anotrética de la filosofía aristotélica por la inicuidad fáctica de los diálogos socráticos no dogmáticos». También trata de denunciar la situación de les desnudistas a los que les clientes viven presionando para que se prostituyan, un planteo muy interesante si no fuera porque ellos mismos se encargan de echarlo por tierra. En una escena los vemos quejándose de que los tratan como a pedazos de carne y en la siguiente están planeando hacer todos «horas extra» con una clienta, mientras el marido filma. Otrosi digo: ¿por qué las mujeres que concurren a un espectáculo de desnudistas son mayormente jóvenes y bonitas y los hombres que van a uno de mujeres strippers son viejos, gordos y pelados? Y ya que estamos ¿Por qué no hay varones entre el público del Inferno, aunque sí hombres que contratan a los strippers como prostitutos? ¿Acaso los homosexuales solo contratan chongos pero no van a verlos bailar?
¡ES BASURA! ¡ES BASURA! ¡ES BASURA!
En resumen, Toy Boy es una serie pretenciosa, demasiado larga y muy mal actuada con un argumento que, aunque inicialmente resulte interesante, no se sostiene. Como no podía ser de otro modo, el final deja sentadas las bases de una continuación. Los números de su presentación en aire (854.000 espectadores en su emisión menos vista) no le auguraban un buen futuro, pero parece que Netflix la considera un éxito, por lo que es muy probable que tengamos una segunda parte. Y habrá quién la vea, seguramente. Pero no seré yo.