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La ola no está de fiesta

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La ola no está de fiesta

El Doc reseña una serie que se basa en una película que es adaptación de un libro que noveliza un experimento social. Y se lleva alegremente puestos a todos sus ilustres predecesores.

BASTARDOS SIN GLORIA

En 1967, el profesor de historia Ron Jones decidió demostrar a sus alumnos en una escuela de de secundaria de Palo Alto, California, cómo era posible que el pueblo alemán permitiera el ascenso del nazismo y las atrocidades que este cometió. Para ello llevó a cabo un experimento social conocido como «La Tercera Ola». Estableció en el aula una serie de reglas estrictas y les dio a todo el curso un sentido de pertenencia y superioridad bajo el lema «el poder mediante la disciplina, fuerza mediante la comunidad, fuerza a través de la acción, fuerza a través del orgullo». En menos de una semana, estaban reclutando adeptos fuera de la clase, delatando a los que no seguían las normas y mostrándose violentos con quienes no pertenecían al movimiento. Jones se vio obligado a detener prematuramente el experimento.

En 1981 el escritor norteamericano Todd Strasser publicó bajo el seudónimo de Morton Rhue una novela titulada La Ola (The Wave) basandose en la experiencia de Jones, aunque con ciertas licencias narrativas. La misma fue adaptada a la pantalla grande en 2008 por Denis Gansel como La Ola (Die Welle). En 2019, Netflix estrenó la serie de seis episodios Somos la ola (Wir sind die Welle) que supone un reversionamiento de la historia que comenzara en 1967.

DES-OLADOS

Lo primero que hay que decir es que la narración de Netflix guarda muy poca relación con sus predecesoras. Para empezar, esta vez el motivador de la experiencia no es un profesor ni se trata de ningún experimento social.  El «mensaje» en este caso no pasa por demostrar lo relativamente sencillo que resulta manipular a las masas, sino que las pequeñas acciones puede cambiar la sociedad o al menos, despertar su conciencia.

Tristan Broch (Ludwig Simon) se incorpora en mitad del año a un curso de secundaria y casi de inmediato se involucra con Lea Herst (Luise Befort), Zazie Elsner (Michelle Barthel), Rahim Hadad (Mohamed Issa) y Hagen Lemmart (Daniel Friedl). Cada uno de estos muchachos es un arquetipo. Lea es la chica bien, con su novio (que también es su profesor de tenis), sus dieces y sus amigas tan huecas como ella. Zazie es la rarita a la que las populares viven molestando. Rahim es musulmán, lo que constituye el equivalente alemán de usar gorrita y decir «Eh, Ameo». Y Hagen es el gordito simpático, enamorzadizo y que esconde un corazón valeroso. Esta versión germana de «The Breakfast Club» adopta el nombre de La Ola y comienzan a realizar diversos operativos no violentos con el fin de… bueno, cambiar el mundo. La idea es que en una sociedad corrupta, en la que los poderosos siempre se salen con la suya, la inacción es complicidad, lo que no está tan mal. Y que lo mas revolucionario que puede hacer un joven es cometer travesuras, filmarlas y subirlas a Youtube, porque la serie conoce a su público. Y eso si que es más cuestionable, por decir algo.

Si los «buenos» son de manual, los «malos» son aún más unidimensionales. A riesgo de spoilear un poquito, les doy un ejemplo. Durante un operativo en un matadero, el inspector a cargo (Robert Schupp) le dispara a un ternero que se soltó, sin que venga a cuento de nada, solo porque es policía y es malo y simpatiza con los ideales neonazis. ¿No sería mucho más interesante que el tipo hubiera sido todo eso y además un defensor de los derechos de los animales? ¿No lo volvería eso más humano, más creíble? ¿Acaso Hitler no era vegetariano? No importa, porque la idea es retratar todo en blanco y negro.

Otro punto flojo en el guion son los operativos. Los miembros del grupo vulneran medidas de seguridad, se infiltran en instalaciones protegidas y acceden a personas importantes con una facilidad que hace que La Casa de Papel parezca todo un ejemplo de realismo. El epítome de lo poco creíble se da cuando un solo miembro del equipo coordina las acciones de una treintena de personas a las cuales equipa con armas de pintura, monos blancos y banderas gigantes incluidas… en apenas un par de horas. Calculo que los ensayos en la vida real para armar la escena deben haber llevado más tiempo del que tuvieron para prepararse en la ficción.

DEJÁ DE ROMPER LAS OLAS

En resumidas cuentas, Somos la Ola resulta ser poco más que una serie adolescente con ínfulas, una suerte de Rebelde Way con un toque político, y para colmo, un toque nada creíble. Ignoro si hay una nueva temporada en preparación pero realmente no creo que puedan (o quieran) hacer algo para mejorar esta producción. Para mí… esta ola hace agua por todos lados.

 

#Culturanerd - Periodismo de corte fantástico

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