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Viñetas en la mira

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Viñetas en la mira

El primer número de Historieta Revólver, revista editada por Primavera Revólver Casa Editorial en Abril, bajo la lupa

‘Ser o no ser, ésa es la cuestión’, escribió Shakespeare en Hamlet, como preludio al monólogo existencialista de su personaje más famoso sobre la vida y la muerte. Antología de historieta, sería la definición que los editores de este nuevo proyecto nacional quieren evitar aunque en la práctica, terminen convalidando. Es que por esas casualidades del destino, Historieta Revólver vio la luz el mismo mes en que desde la fan page de Fierro: La aventura continúa, se confirmaba que el número ocho de la tercera etapa en la antología de historieta adulta, publicado en Marzo pasado como compra opcional de Página/12, fue el último. Lejos de la masividad que el clásico medio ostentaba en su primera época, en Ediciones de la Urraca, o aún de su segundo ciclo, también acompañando el mencionado matutino, este errático último período comandado por Lautaro Ortiz no fue del todo feliz, debido a su dispar calidad y, fundamentalmente, a la profunda bajada de línea política que poblaba gran parte del material.

Se sabe que las comparaciones siempre son odiosas, pero lo cierto es que si hay que rescatar alguna similitud entre aquella publicación, de profundo corte experimental, y éste nuevo proyecto, que incorpora en 96 páginas contenido mucho más clásico en lo que a géneros respecta, con mucha preocupación por contar buenas historias, es el modo de publicación. Cada cuatro números de la revista, anunciada con periodicidad mensual, se conforma un tomo, que marca inicio y final de las series presentadas, dejando también cierta cantidad de relatos unitarios en la partida. Esta concepción, temática en cierta forma, determina un compromiso por parte de los editores, Néstor Barrón (Buenos Aires, 1968) y Paula Varela (Buenos Aires, 1975) para con los lectores, que resulta bienvenido.

A la hora de decidir acompañar la propuesta de factura independiente, llevada adelante en forma autogestiva por la flamante casa editorial Primavera Revólver, no es un dato menor el hecho de que las primeras cuatro entregas ya están listas y que en el peor de los casos, al menos se podrá completar los arcos argumentales presentados. Después de todo, desde 1996, con el final de la recordada Skorpio, de Ediciones Récord, hasta el presente, los sucesivos intentos de antologías nacionales dejaron series inconclusas al desaparecer de las bateas. Con precio seductor y una tirada inicial más que respetable, dos mil ejemplares, distribuida en kioscos de diarios y revistas, además del consabido circuito de comiquerías, la idea es llegar a un público masivo, para lograr imponer la revista y afianzarla en el tiempo.

Ocho balas en la recámara

La primera serie presentada se titula Daimon, cuenta con guión del propio Barrón y dibujos del recordado Walther Taborda (Buenos Aires, 1965-2017). Parte uno de cuatro de Crossroads, está ambientada en el gran país del norte, ciudad de New Orleans, centrándose en Michael Daimon, un misterioso joven empresario que se convierte en benefactor de su comunidad mediante importantes donaciones a las víctimas del huracán Katrina, para disgusto de las autoridades políticas, que investigan su accionar en secreto. Apenas el capítulo presentación, once páginas en lo que parece una saga de largo aliento, con mucho personaje secundario de un lado y otro, además de varias pistas que sugieren un trasfondo paranormal para esta suerte de thriller que, debido al talento y oficio de los apellidos involucrados, tiene muy buena pinta.

Sigue el primer episodio -de cuatro- de la miniserie titulada Ultimo acto, escrita por Gonzalo Duarte (Buenos Aires, 1986), de interesante paso por la extinta Términus, con ilustraciones de  Manuela Mauregui (Monte, 1991). Policial originalmente presentado a color en 2014 desde el sitio web Viñeta Uno, cuyas primeras catorce páginas no se disfrutan del todo debido a los grises empastados propios de la transición al papel. La trama enfrenta al mago húngaro Antón, que llega a Argentina en 1932 para montar su propio espectáculo de varieté, con el detective francés Carreau, quien lo investiga como principal sospechoso de una serie de asesinatos a mujeres europeas. Estas muertes pronto se ven replicadas en nuestras pampas. La idea y ambientación funcionan muy bien, así como el diseño de personajes, aunque la narrativa no es del todo fluida y algunos diálogos resultan forzados. Habrá que ver cómo sigue.

Revancha del destino, es una adaptación al cómic en versión libre del relato literario homónimo escrito por el británico Montague Rhodes James (1862-1936), íntegramente a cargo del gran Horacio Lalia (Ramos Mejía, 1941). Algo así como un western con cierto toque de suspenso, narra en apenas doce páginas muy bien resueltas desde todo punto de vista, las consecuencias del robo de una carreta que trasladaba un esencial suministro a un yacimiento explotado por una comunidad de mineros. El ladrón intentará lucrar con su preciado botín, pero nada saldrá del modo esperado. Una inmejorable ocasión para disfrutar de la solvencia del maestro adaptando relatos clásicos, en todo su esplendor.

Algo descolocada entre la selección de trabajos incluidos, resulta la serie furry Leomina, cuyo arco argumental introductorio, Primera Cita, también se compone de cuatro entregas. Diez páginas que llevan las firmas de Paula Varela en el guión y OsoZeth (Buenos Aires, 1978) en la faz gráfica. La trama está ambientada en una Buenos Aires contemporánea, poblada de seres antropomórficos, donde Olivia, una muchacha con apariencia de leona, intenta denodadamente algún tipo de levante, sin demasiada suerte. Las cosas se complican cuando descubre que Luter, un joven con rasgos de ave al que conoce, demuestra no ser quien decía. Comedia de enredos con una vuelta de tuerca superheroica, el argumento está bien planteado y el dibujo cumple, aunque algunos fondos parecen resueltos apresuradamente, en comparación con otros trabajos del lapicista en el mismo género.

El unitario titulado La vendedora de empanadas, presenta doce páginas escritas por Ricardo Ferrari (Vedia, 1957), con arte de Laura Gulino (Buenos Aires, 1964). Relato de época, transcurre en el territorio de Buenos Aires del antiguo Virreinato del Río de La Plata, durante los años posteriores a la Revolución de Mayo de 1810, pero antes de la Declaración de Independencia de 1816. Un grupo de diez soldados realistas infiltrado pretende acabar con las nuevas autoridades revolucionarias, para volver a asegurar el territorio a España, pero en su camino se cruzará una esclava negra que complicará sus planes, al adquirir, inesperadamente, conciencia de clase. Buena reconstrucción de época con un estilo de dibujo realista, que apuesta al pleno contraste entre blancos y negros, para un argumento simple pero efectivo.

Algo menos logrado resulta Pesadilla en alquiler, thriller paranormal autoconclusivo de ocho páginas íntegramente a cargo de Diego Pogonza (Villa Ballester, 1981), que tiene buenas intenciones y desarrollo, pero le falta cierta extensión para redondear el final. La historia está protagonizada por un joven cadete apremiado económicamente, cuyo recorrido por un  edificio de oficinas céntrico lo llevará a un extraño piso, donde una empleada inmobiliaria le hará una oferta difícil de rechazar. El dibujo del también artista plástico es muy climático, con una buena utilización de la técnica del difumino, tramas y sombreado, en un estilo  Vertigo.

Una grata sorpresa del primer número es el comienzo de la miniserie Miqala, diez páginas con guión a cargo de Chiara Marino, ilustradas por el gran Sergio Ibáñez (Buenos Aires, 1966). Narración de corte fantástico en dos partes que tiene lugar en el mercado común de La Paz, Bolivia, donde un grupo de puesteros comienza a ver su actividad comercial amenazada debido a una maldición que afecta la mercadería, ligada a la reaparición de un ser mitológico local que muchos creían olvidado y otros simplemente desconocían. El choque entre superstición y modernidad es el eje principal de una historia sencilla en su génesis, pero muy elaborada desde la ambientación, el tono y los personajes. Esperamos con ansias el final.

La última parada del recorrido llega con Tokoyo Monogatari, ambigua expresión nikkei que podría traducirse como ‘Cuentos de Hadas japoneses’, compuesto por cuatro unitarios con los que la dupla que conforman el guionista Gustavo Schimpp (Buenos Aires, 1966) y el dibujante Quique Alcatena (Buenos Aires, 1957) supo revisitar leyendas y mitos propios del folclore de aquel país. Este material fue originalmente editado en Argentina hacia 2001, dentro de la serie de libros titulada Hacha Presenta. Las quince logradas páginas de El alma hueca, relato que enfrenta al rebelde ronin Yataro con un Oni que reniega de su propia condición, en los márgenes de un frondoso bosque oriental, presentan un gran conflicto que conduce a un final tan inesperado como shockeante, bellamente narrado. Esto también, genera ganas de más.

Buena puntería

Completan la entrega, sobre la contratapa, una simpática tira en clave humorística a todo color, Ser o no ser, de Sergio Carrera, además de la consabida editorial, el índice y un sentido artículo de Néstor Barrón homenajeando al recordado Walther Taborda. Con todo, el número inicial arroja un balance más que positivo, claro que sin escapar a gran parte de los problemas propios del formato antológico, esto es, que entre la totalidad del material siempre van a existir relatos de dispar calidad (la producción para Italia sobresale claramente entre el resto de los trabajos), así como otros que no fueron originalmente concebidos bajo la premisa del continuará, por lo que su corte, arbitrario, en determinada cantidad de páginas al azar, resulta en una dificultad para la lectura, efecto que se atenúa si la publicación mantiene la periodicidad pautada, como parece ser el caso.

Después, siempre hay detalles que se pueden mejorar a futuro, la ilustración de portada realizada Diego Pogonza, por ejemplo, que además de no tener ningún tipo de relación conceptual con el interior, presenta serios inconvenientes de perspectiva. El diseño de tapa tampoco ayuda a afianzar la identidad visual del medio, careciendo de todo atractivo. Internamente, utilizar más de una tipografía para el letreado de las diferentes historietas, atenta contra la uniformidad estética. Compensando estos desaciertos cabe destacar que la calidad del papel empleado es notable, igual que el precio. En síntesis, se valora y agradece la preocupación de los editores por ofrecer buenas historias, publicándolas en forma completa. Es un buen primer paso para afianzar el compromiso de uno y otro lado. De entender que es lo primero pero no lo único ni lo último, dependerá la suerte de su continuidad. Bienvenidos.

 

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