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El infierno es el otro

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El infierno es el otro

Observaciones en torno a “Un día de furia” (Falling down, Schumacher, 1993)

De un director de cine se pueden decir muchas cosas. Pero cuando logra su cometido sin fisuras, el consenso sobre su eficacia es unánime. Traduciendo: a Schumacher se lo puede denostar, aclamar o confinarlo en la indiferencia; pero no se puede negar que es altamente efectivo en su factura.

A la hora de estrenar una película por estos lados y ante la falta de una referencia clara, el público se torna literal y los títulos enigmáticos quedan vacíos. Por eso se elaboran palabras clave o frases “gancho”, que aseguran la taquilla y de paso manifiestan el desprecio enorme que se tiene por los espectadores. Así, “cayendo” (traducción literal del título de marras) no dice nada y los geniales distribuidores, habituados a este oficio la rebautizaron como “Un día de furia”: todo ocurrirá muy rápido y será con emociones fuertes. Vayan preparando el pochoclo, señores: la función ya comienza.

Y ésta, ¿De qué se trata? Un hombre común, tras un atasco de tráfico, decide cruzar la ciudad a pie sólo para llegar a tiempo al cumpleaños de su hija. En su epopeya personal deberá enfrentarse a toda clase de personajes y adelantarse a un policía que viene pisándole los talones. Misión Contratapa de VHS: Superada!

Pero hay bastante más que esa premisa y Schumacher sabe llevar los 113 minutos sin desafinar.

Como un Odiseo contemporáneo, el protagonista emprende el retorno a casa para reencontrarse con su familia. Tan simple y noble como eso. La empresa no será fácil y nos ilustrará sobre un infierno sui generis, the american way.

El calor agobiante, la falta de espacio y que toda la escena inicial transcurra bajo un puente, conforman un pequeño infierno inicial que sirve de puerta de entrada a algo mucho más tenebroso y a los muchos rostros de este averno americano que se desnuda apenas uno desciende de su auto.

Este Ulises blanco, anglosajón y protestante, varón, de mediana edad y empleado estatal del todopoderoso gobierno yankee deberá entablar una nueva Guerra de Corea en un almacén suburbial al intentar comprar una gaseosa y hablar por teléfono ya que las monedas no alcanzan y la inflación reinante justifica que D-Fens acabe destrozando el local invocando un pasado donde todo se compraba con centavos.

D-Fens? Sí, así es bautizado por la policía -multiétnica, donde todos colaboran bajo una armonía laboral conmovedora- que comienza a cazarlo. El nombre del personaje es William Foster que, traducido sería “estoy dispuesto a ayudar”. Es para un aplauso cerrado.

A lo largo de este retorno a casa, D-Fens enfrentará, además del episodio con el ciudadano asiático, a latinos que le cierran el paso, vagabundos yankees que intentan estafarlo, obreros, trabajadores precarizados de fast food, negros desempleados que reclaman ser reincorporados (?), obscenos golfistas (los golfistas son obscenos por definición) y cirujanos plásticos que se han vuelto millonarios. Solamente una familia americana que cuida la casa del médico le sirve de espejo para una catártica confesión donde el protagonista justifica sus actos y toma nuevo impulso para logar el retorno a casa.

Hay más caras de este inclemente lugar. Porque el infierno es también una mujer gorda que fastidia por teléfono a Prendergast (tal es el ridículo nombre del policía de escritorio que, en su último día de trabajo, no sólo cumple con su deber sino que toma la cuestión tan en serio que anda desarmado en su intento por atrapar a este escurridizo Ulises americano). Este mundo se fue al traste: ya no se puede ser ni héroe sin que a uno lo atormente su propia esposa.

El infierno también son los homosexuales y el fetichista nazi que toman como un juego los pertrechos militares, porque el enemigo no está en un lejano país de nombre difícil: está en el propio suelo! Y un “easter egg” misógino e ignorante de antología: “¿Sabías…que en algunos países sudamericanos todavía es legal matar a tu esposa si ella te insulta?”

Ya en el epílogo, nuestro Odiseo llega por fin a tiempo el día del cumpleaños de su hija, pero no será tan sencillo: será al estilo western. El muelle es un callejón sin salida y uno de los dos no saldrá vivo de allí.

El protagonista ha logrado ver a su pequeña niña. Ya puede ser liquidado por la policía sin ningún miramiento. Porque este sistema manda al fondo del mar-infierno a un tipo blanco de mediana edad, desarmado, que solamente quería ver a su pequeña hija en el día de su cumpleaños. Y que construía misiles para proteger a América (una metonimia que debe ser reparada alguna vez) mientras los cirujanos plásticos se llenan de dinero y él ha sido despedido sin contemplaciones. Comedia clase B o tedioso cine de propaganda. Que el pochoclo decida.

*La película se estrenó el mismo día del primer atentado a las Torres Gemelas, en 1993. Un favor que la época le hizo a Schumacher.

 

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