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Santa Clarita Diet: Segundas partes nunca fueron TAN buenas
Contra toda esperanza, los responsables de la comedia de zombis de Netflix aprendieron de sus errores y nos traen una segunda temporada muy superior a la primera… ¡tomá pa’ vos!
El año pasado, y con mucho misterio de por medio, Netflix estrenaba una comedia protagonizada por Timothy Olyphant y Drew Barrymore. Tal como dije en esta nota, no me pareció gran cosa. Solo otra vuelta de tuerca al tema zombi, esta vez en tono de comedia. Una especie de iZombie, pero menos interesante. El 23 de marzo tuvimos acceso a la segunda temporada y para mi sorpresa… no está nada mal.
LA MUERTE LE SIENTA BIEN
La primera buena movida de los guionistas fue la forma en que sacaron a sus criaturas del berenjenal en el que las habían metido en el final de la temporada anterior. Y es que con Joel (Timothy Olyphant) internado en el psiquiátrico y Sheila (Drew Barrymore) encadenada en el sótano, la serie no iba a ir muy lejos. Pero ambos encuentran rápidamente la forma de volver a las calles, esta vez no solo para saciar el hambre de ella, sino para descubrir la causa de su condición y evitar que la misma se siga propagando.
Los personajes están mucho mejor desarrollados que en la primera etapa. La química entre la pareja protagónica siempre fue muy buena, pero la tensión romántica entre su hija Abby (Liv Hewson) y el vecino nerd Eric (Skyler Gisondo) era muy poco creíble y lograron dotarla de realismo e incluso conseguirle a él una alternativa. Cobra importancia el personaje de la oficial García (Natalie Morales), cuya obsesión con los asesinatos ocurridos en el barrio será la principal amenaza de los Hammond y los intentos de la pareja por desviar la indeseada atención de su nueva vecina, la principal fuente de situaciones humorísticas. Otro personaje que adquiere importancia, y mucho, es Ramona (Ramona Young). La inexpresiva empleada de la farmacia tendrá un papel fundamental en esta nueva temporada. También hay un regreso muy interesante, pero no entraré en detalle por aquello de mantener la nota libre de spoilers.
La forma de hacer humor es otro de los ítems que mejoró muchísimo con respecto al año pasado. Los diálogos, punto fuerte de la temporada anterior, siguen siendo de lo más jugosos y en lo que a humor de situaciones se refiere, se abandonó la comedia física al estilo «tres chiflados» en favor de un absurdo que congenia mucho mejor con los textos.
Sin dejar de lado la premisa básica de hacernos reír, los responsables de la serie se encargan de construir un universo ficticio creíble. Tremendamente absurdo, pero creíble. Hay un porqué y un cómo para lo que le ocurre a Sheila y es lo suficientemente estúpido como para resultar cómico, pero se sostiene por sí mismo.
FINAL AL TONO
El final de temporada es una digna culminación. Me recordó a Seinfeld (quienes me conocen saben que este es el mayor halago que puedo hacerle a una comedia), aquella serie «acerca de nada» en la que un cúmulo de situaciones absurdas aparentemente inconexas acababa haciendo eclosión al final del episodio y todo cobraba sentido. Así es esta temporada: un rompecabezas humorístico que se va armando a lo largo de diez episodios.
Según el protagonista y productor Timothy Olyphant, el secreto de esta segunda entrega está en el equilibrio: «Aún a riesgo de sonar como mi madre, sí que hemos bajado el tono. Hemos encontrado el perfecto equilibrio entre el humor, el horror y las vísceras sin perder lo que somos, la historia de una familia que lo sacrifica todo con tal de seguir siendo una familia.»
Sinceramente, espero que haya una tercera parte y que mantenga la calidad de esta entrega.
