Cómics
Océano de historietas
Y un día se dio el milagro: Ultramar volvió a las comiquerías.
Esta reseña comienza con un palazo destinado al editor de la publicación, Diego Ridao. Casi dos años de espera entre un número y otro es una enormidad, una exageración, algo que decididamente tira para abajo. Ultramar debería ser, como mucho, un anual. En ese estricto sentido, la continuidad del proyecto depende casi exclusivamente de dicho aspecto. Lo otro (lo artístico, por decirlo de alguna manera) ya está resuelto, o por lo menos lo está para quien firma estas líneas.
Y acá viene el elogio, inversamente proporcional al palo: Ultramar es una de las mejores revistas de historietas argentinas de la actualidad. Más que eso: para quien gusta de las antologías, Ultramar es una proeza, porque combina autores noveles y consagrados (sin espacio, creo yo, para materiales con tufo amateur) en una edición que impacta por la calidad. Incluso el editor tiene fe en la forma de su producto y vuelve a la carga con una estupenda portada de su autoría, y con los cuentos del maestro Jorge Morhain y las ilustraciones de Burda en las páginas centrales. También enmienda errores, ya que no están las carátulas del primer número, un desperdicio de espacio que se gana en cantidad de historietas (el número 1 cuenta con ocho historias, éste con once).
La entrega arranca con la que es -a mi juicio- la mejor historia de la antología: Las Fronteras (Jorge Zetner-Salvador Sanz), un alarde de innovación narrativa acerca de Malvinas, los imperios y las víctimas que acarrean, ilustrada y compuesta visualmente por un Salvador Sanz en la cima de su arte. Material exquisito para paladares exigentes.
Seguimos con la mini historieta Animalia (Barbieri-Bustos), apenas dos páginas conceptualmente muy atractivas, y con La Colección de Miradas, de Diego Ridao, que prosigue lo hecho en el primer número, con su protagonista la periodista Luciana Jauretche. Como dije la vez que reseñé aquel lejano número 1, me gustan mucho las ilustraciones de Diego (muy influenciado por el manga y el comic americano) pero no así sus guiones, demasiado entrados en el lugar común y con poca carnadura como para que el lector se involucre emocionalmente.
Seguimos con La Extraña Historia de mi Lápiz (Barreiro-Molina), otro altísimo punto de Ultramar, donde se juega con el eterno tema del pacto con el diablo, aquí desde el punto de vista de un dibujante frustrado. Paradójicamente, el dibujante de esta historia es el gran Edu Molina, que de frustrado no tiene nada (¿habrá hecho Molina un pacto con el demonio?) y te apabulla con un trazo muy personal, un total dominio de rayitas y grises -casi prescindiendo de las manchas negras, a diferencia de la historia del primer número. En definitiva, un genio de esos que deberían editarse más.
Habeas Terra (del eterno Balcarce, aquí acompañado por un dibujante que desconocía, Luis Guaragna) está muy bien, mezcla de CI-FI tradicional e historia antigua, con un ingenioso gancho entre ambos géneros, aunque quizá le falta un poquito de espacio para desarrollarse mejor. No falta el sexo ni los detalles pícaros, verdadero ADN de la obra de Emilio. Y acto seguido tenemos el capítulo dos de Bosalvia, sindicada como una de las mejores historias del número uno por los textos y los personalísimos dibujos de su autor, Hiorsh, que navega en las aguas de la distopía y ciertos detalles místicos. Lamentablemente hay que decir que una serie publicada en una antología que sale cada dos años, queda enormemente resentida en su continuidad. Habrá que ver cómo evoluciona la situación de Ultramar, porque de eso depende un poco Bosalvia.
Feria de Monstruos es una interesante historia sobre licantropía, escrita por el implacable Álex Ogalla (a quien tuvimos la suerte de leer en Términus) y muy bien ilustrada por Juanma Hinojosa, que resulta ser prometedora en varios. En cambio me pareció demasiado anecdótica El Misterio del U-333, segunda entrega de la serie Animales en Guerra, (Balcarce-Kiko), aunque por fortuna muy superior al capítulo del primer número.
Sugerentes las dos mini historietas de Gonzalo Ruggieri, aunque debo decir de este autor que me gustan muchísimo sus ilustraciones. Y cierra esta segunda entrega de Ultramar un verdadero prócer de la historieta argentina como Enrique Breccia, que vuelve a la carga con El Sueñero -veinte años después, una combinación de realismo mágico, bajada de línea política y humor que es una exquisitez para los amantes de la buena historieta. Y encima la rompe visualmente.
En definitiva, un gran número de Ultramar, que da un paso adelante del primero (lo cual es mucho decir, porque el primero ya había mostrado un nivel bastante alto). El editor deberá percatarse de que el lector no puede esperar dos años para leer el número tres, y tendrá que trabajar duro. Hay un aliciente insoslayable: su revista es muy buena.