Deconstrucción del villano: Reseña de Moloch

Antes de meterme de lleno en el ranking de Before Watchmen, como una suerte de prólogo quería ofrecerles esta breve reflexión sobre la miniserie de dos números de Moloch, a cargo de J. Michael Straczynski y Eduardo Risso.

Basta un sólo hecho para probar el carácter rompedor que tuvo Watchmen en su momento: el villano en cuestión era absolutamente secundario, arquetípico, y sólo existía para justificar el universo heroico de los buenos.

Y los buenos en realidad tenían tantos conflictos con ellos mismos, que muchos terminaban haciendo papel de malos.

El decir, los buenos eran los malos.

Moloch el Místico es un prestidigitador feo y traumado que, empujado por el infortunio, se mete en el mundo del hampa y termina construyendo un imperio criminal. El problema es que su universo ficticio es tan unidireccional –y adrede-, que Moloch termina siendo, más que un villano, un elemento decorativo al que sopapean entre todos cuando anda metido en asuntos turbios, ya sean drogas o prostitución.

Los Vigilantes, en verdad, estaban ocupados en cosas más importantes.

Moloch – Before Watchmen

La clave para elevar a Moloch a categoría de mártir la aporta, en estas precuelas denominadas Before Watchmen, el guionista J. Michael Straczynski (y firma aquí, por lejos, su mejor trabajo) y el dibujante rosarino Eduardo Risso, siempre con su trazo característico y los claroscuros que son una marca.

Si algo podemos criticarle al guionista en lo que fue su labor en Before Watchmen, es que –a diferencia de la polémica que levantó cuando criticó a Alan Moore y su radicalización dentro del ambiente comiqueril- respetó demasiado la obra original del guionista inglés. Sobre todo en Búho Nocturno, donde no se animó a meter mano y la historia se lee por demás de superflua.

No es temerario afirmar que las mejores miniseries de BW fueron las más rebeldes, las que más aportaron desde cero y no desde la obra original. Concretamente, lo dijimos hasta el cansancio, los títulos que firmó Darwyn Cooke.

Aquí, sin embargo, a Straczynski le alcanzan dos números para elevar a Moloch, de villano secundario a pieza fundamental en la resolución de Watchmen, aquella que debe salvar al mundo de una guerra nuclear entre potencias.

Y lo hace pegando abajo. Moloch en prisión. Moloch arrepentido. Moloch arrodillado ante un crucifijo. Moloch envejecido, más feo y ridículo que nunca. Moloch comprando falsas ilusiones. Moloch con un cáncer de próstata inoculado.

En definitiva, Moloch utilizado vilmente por Ozymandias para fines que podrían considerarse nobles.

Si Moloch es el nuevo Jesucristo que debe pagar por pecados propios y ajenos, Ozymandias es el Dios que pergeña el plan, manejando un código de justicia ciega tan ambivalente que nos lleva a hacernos siempre la misma pregunta, recurrente cuando leemos ya sea la obra original o éstas precuelas: ¿El fin justifica los medios?

Éste Moloch, más que un villano, termina siendo un personaje enternecedor, de esos que recordaremos con profunda pena.

Revisen si podemos decir lo mismo del Comediante.