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Gambito de dama y la Rusia de Rocky 4

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Gambito de dama y la Rusia de Rocky 4

La miniserie de Netflix llego silbando bajito para convertirse rápidamente en un completo éxito. Un producto correcto y entretenido, pero con un guion por momentos tibio o demasiado naif. Por Cristian Oliva.

Gambito de dama (The Queen’s Gambit, Estados Unidos/2020). Showrunner y director de los 7 episodios: Scott Frank. Elenco: Anya Taylor-Joy, Marielle Heller, Thomas Brodie-Sangster, Moses Ingram, Harry Melling, Chloe Pirrie y Bill Camp. Guion: Scott Frank, Walter Tevis y Allan Scott. Disponible en Netflix.

 

Sin dudas el mayor de los problemas al enfrentarnos con cualquiera de los productos del momento es la expectativa generada. Quizás no por parte del periodismo especializado sino del público en general que en pleno siglo 21 tiene mayor o igual incidencia que este. Gambito de dama es, a esta altura, uno de los mayores éxitos del año, las redes así lo instauran igual que lo hace la plataforma Netflix que la mantiene en el tope de sus productos más vistos.

La miniserie llego silbando bajito, es un producto correcto y entretenido pero muy alejado de aquellas calificaciones que la instauraban como “revolucionaria” o de mensaje fuerte. Su mayor logro, y no es un detalle menor, es conseguir que un deporte tan individualista y con escasos recursos narrativos (audiovisualmente hablando) como el ajedrez pueda plasmarse en la pantalla despertando interés y emoción.

La miniserie, estrenada el pasado 23 de octubre, lo tiene a Scott Frank (guionista de Mentes que brillan, El nombre del juego, Minority Report y Logan, a su vez un asiduo jugador de ajedrez) como creador quien además escribió y dirigió los siete episodios que la conforman. Su argumento se basa en la novela de Walter Tevis “The Queen’s Gambit” publicada originalmente en 1983. El interés despertado por esta no es nuevo ya que los directores Michael Apted, Walter Hill e incluso Bernado Bertolucci afirmaron sus intenciones de plasmarla en la gran pantalla a fines de los 80s. Hay quienes incluso afirman que, antes de su fallecimiento, Heath Ledger tenía como propósito debutar como director adaptando este trabajo.

La historia se centra pura y exclusivamente en la figura de Beth Harmon, una niña huérfana tras un incidente automovilístico, que recae en la escuela Methuen Home, esperando al igual que el resto una posible adopción. Allí conocerá a dos de los personajes que de alguna u otra manera influirán en el rumbo y devenir de su vida: Jolene, una chica mayor que ella que rápidamente se convertirá en su amiga y Shaibel, el portero de la institución que será quién descubra tempranamente sus facultades ajedrecísticas.

Este último está interpretado por Bill Camp, uno de esos actores secundarios que rara vez pasan desapercibidos. Aquí, con tan solo un par de escenas y haciendo gala de no muchos más diálogos consigue literalmente brillar. Su personaje es quizás el único con el que conseguiremos empatizar más allá del poco espacio que la historia le brinda.

El resto de los secundarios no son la excepción. Pasan sin pena ni gloria, solo para acompañar brevemente el andar de su protagonista. Si bien hay una clara y marcada intención de acentuar la figura de Beth Harmon, el vacio total de estos no deja de ser una de las falencias más notorias del producto. Hay perdidas, despedidas y regresos que rara vez provocan algo.

La relación con el portero Shaibel es uno de los ejemplos más claros. Una lástima, porque a partir de esta figura el relato no hace sino crecer. Desde la intimidad de un sótano, Beth de nueve años (interpretada por la joven Isla Johnston) aprenderá las nociones básicas del juego y desde allí, desde el fondo, no tendrá más opciones que subir.

El camino, que no es otro más que el del crecimiento personal, estará lleno de luces y sombras. Habrá coqueteos con las drogas, con las relaciones sexuales y con la propia época en la que se circunscribe la historia. Muchos de los elogios ponían el acento en el carácter feminista de la miniserie al mostrar los cambios de actitudes, el peso y firmeza de su protagonista.

Hay una mirada feminista por supuesto, pero a través de un mensaje cuanto menos liviano. Un mensaje que cobra más fuerza por el contexto en el que se desarrolla; el camino de los ´50 a los ’60, una era que es imposible a esta altura retratar sin reflejar los cambios sociales y culturales; que por la intención de sus guiones.

El ímpetu y claridad de lo transmitido se lo debemos a esos ojos inmensos y expresivos de la estadounidense-argentino-británica Anya Taylor-Joy. La actriz, de rasgos propios de un film de Tim Burton, se carga al hombro su personaje, lo hace propio y disimula cualquier falencia mostrada. Es imposible quitarle la vista a ella, a su peinado propio de la época, y a sus cambiantes formas de vestir. Su presencia debe importar y con la actriz la historia lo consigue.

Hay montajes y encuadres esenciales para lo que se quiere contar. Prueba de ello es el inteligente recurso que encontraron para plasmar los pensamientos de Beth en torno al juego. Producto de su adicción a los tranquilizantes, unas cápsulas de color verde, la ajedrecista imagina sobre la superficie del techo el tablero de juego con sus luces y sombras.

Su historia, para muchos inspirada en Bobby Fischer, la llevará en plena guerra fría a enfrentarse “de visitante” a los mejores jugadores rusos, todos hombres por supuesto. Allí plantearan un cierre lleno de “falsas buenas intenciones” que nada tiene que envidiarle a la cuarta parte de la franquicia de Rocky (si esa donde peleaba con el gigante Ivan Drago).

Incluso muchos de sus viejos contrincantes, transformados en buenos amigos, brindaran su apoyo para mostrarnos un colectivo inexistente en ese deporte. Agradecemos la intención, pero estamos frente al deporte más solitario, egoísta e individualista del mundo.

Gambito de dama, que debe su titulo a una apertura típica en el ajedrez, es un buen producto, bien filmado y lleno de recursos cinematográficos inteligentes. Tantos como para infringir emoción y sentido de competitividad a un deporte por lo menos aburrido de observar. Anya Taylor-Joy se destaca, y por momentos disimula un guión edulcorado y naif.

Su título reza que es periodista, casi un 007, pero es lo de menos. Lo verdaderamente importante es que todavía sueña con lo que va a ser cuando sea grande.

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