Tales from the loop: la respuesta a la pregunta ¿Qué veo ahora que terminó Dark?

En 1954, el gobierno sueco comienza la construcción del acelerador de partículas más grande del planeta, en lo profundo del campo pastoral de Mälaröarna. Esta maravilla de la tecnología termina de erigirse en 1969 siendo bautizada como Instalación para la Investigación en Física de Alta Energía, aunque los habitantes del pueblo cercano la llaman «El Bucle».

Esta es la premisa que anima el libro de 2015 Tales from The Loop: una historia ambientada en un universo alternativo y contada mayormente en imágenes, con apenas unos cuántos párrafos que complementan las escenas. El ilustrador Simon Stålenhag reúne supuestos recuerdos y notas de su infancia a la sombra de las fantásticas máquinas y los extraños fenómenos que poblaron la zona en los años que la Instalación permaneció activa, hasta su clausura en 1994. Fue un éxito inmediato. Las escenas en las que la bucólica campiña sueca se mezcla con extraños robots, vehículos flotantes y hasta dinosaurios invadieron la red y el libro se tradujo a varios idiomas, incluyendo una edición en español realizada el año pasado por Martinez Roca.

En este extraño y accidentado 2020, la plataforma Amazon Prime presentó una adaptación de la obra de Stålenhag en forma de miniserie sobre la que hablaremos a continuación.

ENTRE LA CIENCIA Y LA FICCIÓN

La serie se compone de ocho episodios de aproximadamente una hora cada uno. Las historias son individuales, aunque algunas comparten personajes o abren hilos narrativos que se cerrarán en otros capítulos. Viajes en el tiempo, universos paralelos, intercambio de mentes son algunos de los tópicos, pero ese no es el corazón de la serie. Las herramientas que le brinda la ciencia ficción no son otra cosa que eso: herramientas. La verdadera finalidad de cada narración es reflexionar sobre la pérdida, el amor, la muerte, la amistad, la soledad. Lo bueno y lo malo y lo feo de ser humano.

La estética mezcla elementos de varias décadas, desde los 50 a los 70, con tecnología futurista. Casas de estilo campestre, que parecen surgidas de las páginas de alguna vieja revista se mezclan con extrañas antenas y gigantescos platos de radar. Una mujer toma fotos con una cámara a rollo mientras un robot abandonado se pasea en el bosque. Un niño captura luciérnagas en un frasco, no muy lejos de un tractor que funciona por antigravedad. La música de un tocadiscos se para cuando alguien acciona accidentalmente un aparato que detiene el tiempo… y funciona a válvulas.

Pero no solo la tecnología es extraña cerca de El Bucle. También ocurren toda clase de fenómenos. Copos de nieve que caen hacia arriba. Un arroyo que, si lo cruzas en el momento equivocado, puede robarte algunas décadas de vida. Una esfera hueca en la que, al gritar, te responde el eco de tu voz; pero no la actual, sino la que tendrás en los años por venir. Un universo paralelo, a solo un paso de distancia.

Arthur C. Clarke acuñó lo que se conoce como Tercera Ley de Clarke, según la cual «toda ciencia lo suficientemente avanzada, es indistinguible de la magia». Los guionistas de la serie parecen empeñados en demostrarlo. La frontera entre lo real y lo fantástico es tan tenue en este pueblo, que sus habitantes la cruzan todo el tiempo, sin darse cuenta… a veces, hasta que es demasiado tarde.

ATRAPADO EN EL BUCLE

Desde el primer momento me enganché con esta serie. La música, la fotografía, las historias y sus protagonistas me envolvieron desde el minuto cero y me transportaron a ese particular universo en el que todo puede pasar. Disfruté cada segundo del viaje y espero sincera y casi ansiosamente que haya una continuación. Necesito más historias de El Bucle. Quiero volver a casa.